Comentario
De cómo la armada entró en el Río de la Plata y de la muerte de don Diego de Mendoza
Quedó toda la gente tan disgustada con la muerte del Maestre de Campo Juan de Osorio, que muchos estaban determinados a quedarse en aquella costa, como lo hicieron; y habiéndolo entendido el gobernador, mandó luego salir la armada de aquel puerto, y engolfándose en el mar, se vinieron a hallar en 28 grados sobre la laguna de los Patos, donde, y más adelante, toparon con unos bajíos, que llaman los arrecifes de Don Pedro; y corriendo la costa, reconocieron el Cabo de Santa María, y fueron a tomar la boca del Río de la Plata, por donde entrados, subieron por él hasta dar en la playa de la Isla de San Gabriel, donde hallaron a don Diego de Mendoza, que estaba haciendo tablazón para bateles y barcos, en que pasar el río a la parte del oeste, que es Buenos Aires. Los soldados se alegraron unos con otros, y supo don Diego la muerte del Maestre de Campo, la cual sintió mucho, y dijo públicamente: ¡plegue a Dios que la falta de este hombre, y su muerte no sean causa de la perdición de todos! Y dando orden de pasar a aquella parte, fueron algunos a ver la disposición de la tierra, y el primero que saltó a ella, fue Sancho del Campo, cuñado de don Pedro, el cual vista la pureza de aquel temple, su calidad y frescura, dijo que ¡buenos aires son los de este suelo! De donde se le quedó el nombre. Y considerado bien el sitio y lugar por personas inteligentes, vieron ser el más acomodado, que por allí había para escala de aquella entrada.
Determinó luego don Pedro hacer allí asiento, y al efecto mandó pasar a aquella parte toda la gente, que se hallaba en la Banda Oriental, así por parecerle estaría más segura de que no le volviese al Brasil, como por la comodidad de poder algún día abrir camino y entrada para el Perú; dejando los navíos de más porte en aquel puerto con la guarda necesaria, se fue con los restantes al de Buenos Aires, metiendo los más pequeños en el riachuelo, del cual media legua arriba fundó una población, que puso por nombre la ciudad de Santa María, el año de mil quinientos treinta y seis, donde hizo un fuerte de tapias de poco más de un solar en cuadro, donde pudiese recoger la gente, y poderse defender de los indios de guerra, los cuales luego que sintieron a los españoles, vinieron a darles algunos arrebatos, por impedirles su población, y no pudiendo estorbarles se retiraron sobre el Riachuelo, de donde salieron un día, y mataron como diez españoles, que estaban haciendo carbón y leña, y escapando algunos de ellos, vinieron a la ciudad, donde avisaron lo que había sucedido, y tocando alarma, mandó don Pedro a su hermano don Diego que saliera a este castigo con la gente que le pareciese. Don Diego sacó en campo trescientos soldados infantes, y doce de a caballo con tres capitanes, Perafán de Ribera, Francisco Ruiz Galán, don Bartolomé de Bracamonte, y cerca de su persona a caballo don Juan Manrique, Pedro Ramiro de Guzmán, Sancho el Campo, y el capitán Luján. Así todos juntos fueron caminando como tres leguas hasta una laguna, donde hallaron algunos indios pescando; y dando sobre ellos, mataron y prendieron más de treinta, y entre ellos un hijo del cacique de toda aquella gente, y venida la noche se alojaron en la vega del río: de donde despachó don Diego algunos presos, para que diesen aviso al cacique a que viniese a verse con él bajo de seguro, porque no pretendía con ellos otra cosa, que tener amistad, que ésta era la voluntad del Adelantado su hermano. Al otro día acordó de pasar a delante hasta topar los indios, y tomar más lengua de ellos; y llegados a un desaguadero de la laguna, descubrieron de la otra parte más de tres mil indios de guerra, que teniendo aviso de sus espías, de como los españoles pasaban en su demanda, estaban todos muy alerta, y en orden de guerra con mucha flechería, dardos, macanas y bolas arrojadizas, tocando sus bocinas y cornetas, puestos en buen orden, y esperando a don Diego, el cual como los vio, dijo: Señores, pasemos a la otra banda, y rompamos con estos bárbaros. Vaya la infantería delante haciendo frente y deles una rociada, para que los de a caballo podamos sin dificultad salir a escaramuzar con ellos, y a desbaratarlos. Algunos capitanes dijeron que sería mejor aguardar a que ellos pasasen, como al parecer lo mostraban, pues se hallaban en puesto aventajado sin el riesgo y dificultad que había en pasar aquel vado: al fin se vino a tomar el peor acuerdo, que fue pasar el desaguadero, donde se hallaban los enemigos, los cuales en este tiempo se estuvieron quedos, hasta que vieron que había pasado la mitad de nuestra gente de a pie, y entonces se vinieron repentinamente cerrados en media luna, y dando sobre los nuestros, hirieron con tanta prisa, que no les dieron lugar a disparar las ballestas y arcabuces. Visto por los capitanes y los de a caballo cuan mal iba a los nuestros, dieron lugar a que pasase la caballería, y cuando llegó, ya era muerto don Bartolomé de Bracamonte, siguiendo Perafán de Ribera, que peleaba con espada y rodela, metido en la fuerza de enemigos junto con Marmolejo su alférez, cansados y desangrados de las muchas heridas que tenían, cayeron muertos. Don Diego con los de a caballo acometió en lo raso al enemigo; más hallóle tan fuerte que no le pudo romper, porque también los caballos venían flacos del mar, y temían al arrojarse a la pelea, y así volviendo cada uno por su parte, prosiguiendo la escaramuza, hiriendo v matando a los que podían, hasta que con los dardos y las bolas fueron los indios derribando algunos caballos. Don Juan Manrique se metió en lo más espeso de su escuadrón, y peleando valerosamente, cayó del caballo, acudiendo don Diego a socorrerle, no lo pudo hacer tan presto que primero no llegase a él un feroz bárbaro, que le cortó la cabeza, a quien luego don Diego le atravesó la lanza por el cuerpo, y a él le dieron un golpe muy fuerte en el pecho con una bola, de que luego cayó sin sentido. En este medio Pedro Ramiro de Guzmán se arrojó por medio del escuadrón de indios por sacarle de este aprieto, y llegando donde estaba, le pidió la mano para subirle a las ancas de su caballo, el cual, aunque se esforzó lo que pudo, no tuvo fuerzas por estar tan desangrado, y cerrando los enemigos con Pedro Ramiro, le acosaron de tal suerte a chuzazos, que en el propio lugar que a don Diego acabaron con ambos. Luján y Sancho del Campo andaban algo afuera muy mal heridos, pero siempre escaramuzaban entre los indios, los cuales cerrando con la infantería y desbaratándola, entraron por el desaguadero, hiriendo y matando a una y otra mano a los españoles, de tal suerte que hicieron cruel matanza entre ellos y a seguir el alcance, no dejaron hombre a vida. Luján y otro caballero por disparar sus caballos, salieron sin poder sujetarlos, por estar muy heridos, quienes llegando a la orilla de un río, que hoy llaman de Luján, ambos a dos cayeron muertos, como después se vio, porque se hallaron los huesos, y uno de los caballos vivo: algunos dicen que éstos fueron la causa de la muerte del Maestre de Campo con otros que en este desbarate murieron. Sancho del Campo, y Francisco Ruiz Galán, recogieron la gente, que por todos fueron ciento cuarenta de a pie, y cinco de caballo; y como los más venían heridos y desangrados, caminando aquella noche, salieron por los caminos sin poder pasar adelante, los cuales por falta de agua, y sin el conocimiento de la tierra, murieron de hambre y sed, de manera que de todas estas compañías no escaparon más de ochenta personas.